Autor: Guillermo Giacosa
Columna:: Sociedad
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Fuente: peru21.com.pe
Escribíamos hace algunos días que Madoff no estaba solo. Sosteníamos que, dada la fragilidad de los controles, era evidente que otros avispados y codiciosos hombres de finanzas tratarían de intentar los mismos caminos que ensayó el ya célebre Madoff. Ahora se trata de un tejano, Robert Stanford, al cual la justicia de EE.UU.
le acaba de congelar sus activos. Los fraudes de los que es acusado se elevan a 9,200 millones de dólares y el grupo que lideraba se denominaba Stanford Group. Al igual que Madoff, prometía rendimientos excepcionales que, evidentemente, no podría honrar. La sociedad de Robert Stanford tiene clientes en 140 países y sus activos alcanzarían unos 50 mil millones de dólares.Otra noticia vinculada a la corrupción proviene de Irak.
Se trata de dineros asignados a la reconstrucción de ese país tras el derrocamiento de Saddam Hussein. Un diario británico afirma que mandos del Ejército estadounidense podrían estar involucrados en el posible mal uso de parte de los 125 mil millones de dólares destinados a ese fin. No se sabe, en realidad, cuánto dinero falta, “pero un informe de la Inspección General Especial de EE.UU. para la Reconstrucción de Irak indica que puede superar los 50 mil millones de dólares, con lo que la estafa superaría a la atribuida al especulador Bernard Madoff”.
Da la impresión de que, de golpe, despertamos de un sueño y el universo multicolor y prometedor en el que vivíamos trastrocó en un mundo de plástico tan ordinario como la moral de los estafadores que engendró y de los políticos y empresarios que lo permitieron. ¿Que estos entuertos hayan emergido a la superficie se debe a la crisis de los mercados o a la finalización del periodo de 'todo vale’ que posibilitó y estimuló la administración Bush? ¿Cómo es posible que los organismos de control recién ahora vean lo que desde hace tiempo era evidente? ¿La estafa era parte de la ideología dominante? Los escándalos de Irak, con Halliburton a la cabeza, fueron tema repetido en estas columnas. Muchos lo interpretaban como un antiamericanismo malsano. Sería bueno que quienes así opinaban se preguntaran si hay algo más malsano que callar el mal. Sobre todo cuando se ejerce el oficio de periodista.
Y lo que vemos es, por usar un lugar común, solo la punta del iceberg. No les quepa la menor duda. Si pudiéramos ver el iceberg entero o parte de él, numerosos políticos y empresarios de EE.UU. y sus amiguitos y asociados sueltos por el mundo pasarían a mirar el mundo desde detrás de las rejas. Tampoco es difícil adivinar por qué la gran prensa de Estados Unidos calló o les dio espacio subalterno a concesiones millonarias para Irak sin llamar a licitación, o permitió que se calificara de “antipatriótico” investigar sobre lo ocurrido el 11 de setiembre en Nueva York o en Washington.
Ahora que comienza a aflorar el pus de una estructura de poder corrupta, podemos admitir que las versiones sobre un autoatentado, que hasta Fidel Castro consideró imposible, pueden ser evaluadas como algo más que una probabilidad.
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