POR. BILLY CRISANTO SEMINARIO FUENTE: CORREO.COM.PE
Tratando de justificar los resultados del examen de plazas docentes, podría argumentarse que tenemos los profesores que merecemos, pues siendo un subsistema, la educación no puede ser mejor que una sociedad en franco proceso de descomposición. Sin embargo esto es caer en la política del avestruz. Prefiero, desde el interior del Magisterio, compartir algunas serenas reflexiones con los respetables lectores. En el examen de 1999 apenas superé la, hoy famosa, valla de 14. Del análisis de ésta y otras pruebas colijo que, además de la competencia cognitiva, éstas miden sobre todo la destreza en el manejo de exámenes objetivos (las academias entrenan a sus alumnos en este rubro). Por ello, en buena parte de los casos, es la confusión mental antes que el desconocimiento lo que induce al error. Con riesgo a desmerecerme (la autocrítica es un sano ejercicio), la conjetura inicial es que la habilidad para resolver exámenes no garantiza un buen desempeño docente. La sola comprobación anterior nos dice que la realidad educativa es mucho más compleja de lo que la que perciben los inquisidores (la mayoría indigentes en pedagogía), quienes lo reducen todo al superfluo e infundado adjetivo. Veamos. El ejercicio magisterial es un proceso dinámico, al cual se puede ingresar como un afanoso egresado y luego de años, involucionar hacia un conformista y atrofiado educador. También se da el proceso inverso. Consecuentemente, una evaluación formativa (del proceso), es la que tiene el mayor (relativo) margen de fiabilidad para seleccionar a los más aptos. En otras palabras, antes que un solo examen, debe ser el resultado final de un programa integral de validación (capacitación y evaluación), el que mida el nivel de vocación, conocimientos, actitudes, aptitudes, etc. y determine quienes se queden y también quienes, ya estando dentro, se vayan. Se me objetará que los centros formadores de docentes son los encargados de realizar este trabajo, pero no olvidemos que estamos en el Perú, donde la calidad es la excepción y las deficiencias constituyen la norma. Consecuentemente, mientras reformamos el sistema de institutos pedagógicos y facultades de Educación, es el Estado el encargado de asumir este déficit. Pocos entendidos dudan hoy que la problemática educativa, y su solución, es de carácter estructural. El círculo vicioso comienza en los niños con carencias nutritivas, orientadoras y afectivas, y termina en el desconocimiento –iba a escribir ignorancia- e inacción de los burócratas del Ministerio de Educación y de sus entes regionales. En consecuencia, la mejora de los agentes educativos (educandos, docentes y padres de familia), exige una sostenible inversión, y sobre todo, una política integral en el ramo. Reconociendo la cuota de responsabilidad del profesorado, vilipendiarlo por un examen, que no es totalizador ni excluyente, es torpe y contraproducente. Por el contrario, ante las evidentes fallas de los comentados exámenes (reitero, lo menos falible es una evaluación procesal), se requieren medidas de emergencia en este campo. No hacerlo evidenciaría una miopía y una disposición a sólo buscar culpables, antes que soluciones.
Tratando de justificar los resultados del examen de plazas docentes, podría argumentarse que tenemos los profesores que merecemos, pues siendo un subsistema, la educación no puede ser mejor que una sociedad en franco proceso de descomposición. Sin embargo esto es caer en la política del avestruz. Prefiero, desde el interior del Magisterio, compartir algunas serenas reflexiones con los respetables lectores. En el examen de 1999 apenas superé la, hoy famosa, valla de 14. Del análisis de ésta y otras pruebas colijo que, además de la competencia cognitiva, éstas miden sobre todo la destreza en el manejo de exámenes objetivos (las academias entrenan a sus alumnos en este rubro). Por ello, en buena parte de los casos, es la confusión mental antes que el desconocimiento lo que induce al error. Con riesgo a desmerecerme (la autocrítica es un sano ejercicio), la conjetura inicial es que la habilidad para resolver exámenes no garantiza un buen desempeño docente. La sola comprobación anterior nos dice que la realidad educativa es mucho más compleja de lo que la que perciben los inquisidores (la mayoría indigentes en pedagogía), quienes lo reducen todo al superfluo e infundado adjetivo. Veamos. El ejercicio magisterial es un proceso dinámico, al cual se puede ingresar como un afanoso egresado y luego de años, involucionar hacia un conformista y atrofiado educador. También se da el proceso inverso. Consecuentemente, una evaluación formativa (del proceso), es la que tiene el mayor (relativo) margen de fiabilidad para seleccionar a los más aptos. En otras palabras, antes que un solo examen, debe ser el resultado final de un programa integral de validación (capacitación y evaluación), el que mida el nivel de vocación, conocimientos, actitudes, aptitudes, etc. y determine quienes se queden y también quienes, ya estando dentro, se vayan. Se me objetará que los centros formadores de docentes son los encargados de realizar este trabajo, pero no olvidemos que estamos en el Perú, donde la calidad es la excepción y las deficiencias constituyen la norma. Consecuentemente, mientras reformamos el sistema de institutos pedagógicos y facultades de Educación, es el Estado el encargado de asumir este déficit. Pocos entendidos dudan hoy que la problemática educativa, y su solución, es de carácter estructural. El círculo vicioso comienza en los niños con carencias nutritivas, orientadoras y afectivas, y termina en el desconocimiento –iba a escribir ignorancia- e inacción de los burócratas del Ministerio de Educación y de sus entes regionales. En consecuencia, la mejora de los agentes educativos (educandos, docentes y padres de familia), exige una sostenible inversión, y sobre todo, una política integral en el ramo. Reconociendo la cuota de responsabilidad del profesorado, vilipendiarlo por un examen, que no es totalizador ni excluyente, es torpe y contraproducente. Por el contrario, ante las evidentes fallas de los comentados exámenes (reitero, lo menos falible es una evaluación procesal), se requieren medidas de emergencia en este campo. No hacerlo evidenciaría una miopía y una disposición a sólo buscar culpables, antes que soluciones.
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